jueves, 17 de septiembre de 2009

Cabeza borradora

Maximino mino-mino pensaba en que no necesitaba nada de aquello. Cada puto trasto que entraba en esa casa solo servía para ocupar espacio y aumentar el desorden en su tiranizada cabeza. Y es que Maximino tenía un concepto mini-minimalista de la vida y adoraba la simplicidad de los síes y los noes, de los blancos y los negros; adoraba los espacios amplios, la simetría o, en su defecto, la asimetría estudiada, los bolsillos vacíos, los planos de las pelis de Kubrick y la sección de organizadores del Ikea. La tranquilidad. El blanco del huevo friéndose en el centro de aquella inmensa sartén le salpicó en la cara y rompió su trance. Pero eso se iba a acabar: ese fin de semana se haría cargo de todo. Que sí, que sí... 

Con la pistola de su abuelo nazi en una mano y su videocámara en la otra, dio los diez pasos de rigor y luego media vuelta. Observó complacido todos los trastos dispuestos en línea y, al fondo, el paredón blanco de su jardín. El barrido de cámara captó, entre tanta basura, la máquina de coser de su abuela nazi, dieciocho cajas con zapatos de mujer, un vídeo VHS, Angustias, un tocadiscos, la bicicleta de su hijo, una minicadena de hace veinte años, Alvarito y una vieja motoreta BH y, al fondo, el paredón blanco de su jardín. "¡¡Y a tomar por culo!!"...




Luego, solo quedó el eco de su liberadora frase y un fundido en blanco, tan inmaculado, tan silencioso y mini-minimalista que era como si Dios mismo hubiera lanzado sobre la humanidad una puta bomba Zen de paz, amor y libertad.



Maximino, que de simple actor pasó a ser el director de su propia película y tonto no era, se había guardado una última bala para llevarse consigo aquella maravillosa sensación; el final perfecto seguido de la más oportuna entrada de créditos con fondo blanco, blanco, blanquísimo.

Tina Charles - I Love to Love